Según la wikpedia, una Fashion Victim es “una persona que sobrepasa los límites comunes de vestir a la moda. Es un término utilizado para identificar a una persona que es incapaz de identificar los límites generalmente reconocidos de estilo”.
Pues bien, creo que también podríamos acuñar el término Fashion Entrepreneurship Victims que describiría una sociedad, como la española, que sobrepasa los límites del emprendimiento profesional para caer rendida ante un movimiento obsesivo pseudo socioeconómico-empresarial lleno de anglicismos (start-up, business angel, target, coworking, advisors, lean…) y donde todo el mundo quiere montar algo, donde parece que cualquier idea es válida para convertirse en negocio y donde todos podemos llegar a ser el próximo Ortega, Jobs, Jalón o Mark Elliot Zuckerberg.
Emprender está de moda y, como ocurre con todas las modas, hay personas a las que seguirlas les sienta bien y otras a la que no tanto. Es cierto que el marketing y su pata más llamativa, la publicidad, funcionan y hacen que sea cada vez más difícil contenerse, y consiguen que todos corramos a comprar la última versión del último producto de la última compañía más cool para seguir sintiéndonos parte de la tribu. El último modelo de iPhone, esquiar en Baqueira, practicar crossfit, convertirse en vegano o hacerse selfies y subirlos a la red social del momento… todo puede convertirse en una moda... Incluso montar una empresa. Desde hace años, a través de clases, ponencias y talleres, comparto mi experiencia con personas que han decidido formarse para ser emprendedores. Algunos lo hacen por vocación, otros lo hacen porque la situación económica les ha empujado a ello, y otros sencillamente porque son Fashion -Entrepreneurship- Victims (es decir, tienen un arraigado sentimiento de que si no montan una empresa, sea de lo que sea, no serán “cool” y no estarán “in”). Hace unos meses di clases de emprendimiento a futuros ingenieros de una de las Escuelas de Ingeniería Aeronáutica en la universidad española. Estaban divididos en dos grupos (quince ingenieros una semana y otros quince a la siguiente semana), mayoritariamente hombres (propio de la mentalidad aún imperante) y de una edad comprendida entre los 22 y los 28 años. Ni que decir tiene que todos se habían inscrito voluntariamente en el taller de emprendimiento que yo impartía. Al inicio de la sesión siempre hago dos preguntas: ¿qué te apasiona? y ¿qué te hace feliz? Mi intención con esas preguntas no es únicamente obtener respuestas y con ello cierto pulso de las emociones de la clase, sino también invitar a los asistentes a que comiencen a entender y reflexionar sobre el hecho de que montar una empresa, emprender un proyecto, no sólo consiste en tener una buena idea, no es sólo una cuestión de aptitud, es una actitud de vida en la que las emociones o los sentimientos son la gasolina necesaria para arrancar, continuar y, quién sabe, si llegar a buen puerto. Pues bien, cuando pregunté “¿qué os apasiona?”, mis queridos futuros ingenieros (en concreto tres de ellos de cada uno de los grupos –recuerda que eran en semanas distintas–) contestaron, todos, lo mismo: …. “¡Nada!”. No les apasionaba absolutamente ¡N A D A! No cesé en mi empeño e insistí en la pregunta: “¿Pero no os apasiona, no sé... crear o escuchar música o navegar, o dormir…?”. Me miraron con cierto hartazgo ante mi insistencia, pero no proporcionaron otra respuesta distinta. Ninguno de los seis. No les apasionaba nada. No menos chocante fue la respuesta que dieron ante la pregunta “¿qué os hace felices?”. También en este caso una respuesta idéntica todos ellos:... “Aprobar”. Así de sencillo y contundente: A P R O B A R. No les hacía más felices estar con la familia, o con los amigos o viajar, o tener una relación de pareja… ¡A P R O B A R! Ése era el núcleo de su vida y el posible origen de su felicidad. Ante esta situación, que nunca antes había vivido en todos mis años de profesor y que nunca he vuelto a vivir, añadí una tercera pregunta: “¿Dónde os veis trabajando de mayores?”. Aunque en este caso las respuestas variaron ligeramente, el nexo común era que se veían trabajando en una gran naviera o en un organismo oficial que les permitiera vivir tranquilos toda la vida (recordemos que eran futuros ingenieros y que apenas tenían 22-28 años). ¿Por qué se habían inscrito voluntariamente a un curso de emprendimiento que no daba créditos para la obtención de su titulación? Porque emprender estaba de moda y querían conocer el tema un poco más a fondo, y como no había que estudiar ni hacer exámenes y obtendrían un certificado, pues merecía la pena. Lamentablemente, mis últimos cursos de emprendimiento han ido contado cada vez más con la participación de Fashion -Entrepreneurship- Victims y he descubierto que éstas son sus características:
Pero también he conocido a muchos más con el verdadero espíritu emprendedor que se se caracteriza por:
Ser emprendedor es un modo de vida. No es una moda. Y como se dice en este interesante, aunque ya antiguo, artículo: La realidad se impone a la moda de emprender o montar una empresa porque sí.
(El artículo “La realidad se impone…” aparece más desarrollado en Expansión) ¿Se puede aprender a SER emprendedor? Creo que no, pero puedo estar equivocado. No obstante un emprendedor puede aprender a ser mejor formándose continuamente sobre estrategia, técnicas, herramientas, comunicación, marketing, etc., y así, minimizar los riesgos y tener más posibilidades de ejecutar con éxito su idea. De cualquier manera, como ya decía en otro post de mi blog, emprender en España no está muy bien visto realmente. Así que tendremos que seguir empeñados en cambiar nuestra sociedad. R+
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Marzo 2019
Raúl de la CruzInconformista, sincero y, por encima de cualquier cosa, honesto. Me gusta leer (de todo), escribir (de lo que sé), escuchar (a todos) y sobre todo aprender (de todos). Emigré a Internet en el año 92, y desde entonces vivo allí, observando desde una ventana indiscreta. |